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Como niños pequeños

Mi madre siempre me ha dicho que existen dos cosas sobre las que tienes que tener cuidado al hablar con alguien: la religión y la política. A veces, yo también añadiría el fútbol, porque cuando algunas veces discuten dos forofos a muerte del barça (les concedo el símbolo ese extraño, que siempre he querido usarlo) y del madrid, parece que se avecina una guerra civil futbolera.

La religión no me voy a meter en ella... hoy. De todas maneras, no pienso que la religión sea un elemento negativo. No uno tampoco demasiado positivo, pero esta ahí. No, hoy quiero despotricar de política. O mejor dicho, de lo que hoy en día llamamos política y la actitud de la gente con respecto a esta.

Permitidme resumiros los próximos mítines políticos del PP y PSOE en el siguiente año (el auto corrector de google reconoce PSOE pero no PP, dato curioso): Bla bla bla economía bla bla bla paro bla bla bla recortes bla bla bla toda la culpa la tiene el partido contrario. Da igual si PP o PSOE (voy a empezar a escribir populares y socialistas, me pone malo que me salte el auto corrector), los dos tienen la misma esquemática. Y claro, obviamente, tanto populares como socialistas tienen la fórmula mágica que nos va a sacar de la crisis, y que el otro partido es tan cerrado de mente que jamás sería capaz de obtenerla ni aunque se la pusieran delante de las narices. Sí, esta riña propia de niños de colegio son los mítines de los dirigentes del país durante el próximo año.

Pero lo mejor es la reacción de la gente que está en los mítines. Todos son HUEEEEEEEEEEEEEEEE *aplausos*. Claro, aplaudamos que en vez de intentar hacerte pacto común y salir hacia adelante de la penosa situación en la que estamos, se dediquen a pelearse como niños pequeños. Ole ahí.

Sin embargo, seamos sinceros, no nos dejamos torear por nada ni nadie. Cuando algo no nos gusta, protestamos. ¿Qué nos hacen recortes en sanidad? Protestamos ¿Qué nos hacen recortes en educación? Protestamos ¿Qué el sistema educativo actual es de risa? Protestamos (Eso para otro día en el que me encienda, que con el sistema actual de educación tengo para un rato) ¿Qué los políticos meten la pata (de nuevo) y hacen algo que no nos gusta? Protestamos. No nos torean como ellos quieren. Bueno, en realidad si lo hacen, porque la ley funciona así y si los políticos tuvieran un poco más de dignidad profesional, no sería así. Pero el caso es que el pueblo español sabe que quiere, y que no. Mejor que ser llevados como borregos por un pastor es.

El problema ahora viene con las protestas. Este país no está hecho para protestar. Da igual lo pacifista que sea una manifestación de 50.000 personas: con un solo radical, todo se va a la mierda. Y ahora viene el clásico de todas las manifestaciones: ¿respuesta policial desmesurada, o es que la manifestación no es tan pacífica como decían? Personalmente, creo que mitad y mitad. Y si no, mirad como terminaron las marchas del 22-M. Buscad en internet las cifras de policías heridos. Comparadlas con las de los manifestantes heridos. Y ahora, darle la vuelta. Buscar las cifras de alguna otra manifestación por el 15-M. ¿De quién es la culpa? Pues depende. Mitad y mitad.

¿Y sabéis que es lo más alentador de todo? Que esto tiene toda la pinta de que vaya a seguir igual. Solo hay que ver la actitud del pueblo: protesta y crítica, crítica y protesta. Nadie habla de pactar, nadie habla de aceptar la situación, que ya está muy mal, e intentar poner lo mejor de ellos mismo para poder salir hacia delante con el país entero. No, eso es cosa de la generación siguiente. Nosotros, mientras tanto, seguiremos creando odio en la sociedad contra la clase política por absolutamente todos los despilfarros y errores que comenten. Con un par de cojones, sí señor. Porque no nos dejamos torear por nada ni por nadie, ni nos gusta agachar la cabeza aunque sea para disminuir la tensión social.

Malinterpretar estas palabras como queráis. Cada uno somos libres de pensar lo que queramos, de actuar como queramos. Soy consciente de que ahora mismo la situación es mala no, malísima. Que la clase política es horrible. Que todo pinta negro, y cada vez más oscuro. Pero no creo que el odio y la protesta sea la solución, ni entre nosotros, ni en la clase política. Porque, como dijo un sabio maestro Jedi, "La ira lleva al odio, y el odio al sufrimiento".

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Como arena entre los dedos

El otro día, pensando un poco sobre unos ejercicios de física, me di cuenta de una cosa. La ciencia ha avanzado un montón, y somos capaces de cosas que antes nos resultaban imposibles. Sin embargo, todavía tiene un límite que no ha sido capaz de superar... al menos, que yo sepa.

Os pongo en situación: el sistema internacional, el órgano que decide en qué se mide cada cosa (la longitud en metros, la masa en kilos) define siete propiedades fundamentales de la materia, de las cuales se derivan todas las demás. Estas propiedades son la longitud, medida en metros; la masa, medida en kilogramos; el tiempo, medido en segundos; la corriente eléctrica, medida en amperios; la temperatura, medida en grados Kelvin; la cantidad de sustancia, medida en moles; y por último la intensidad luminosa, medida en candelas (¡¡dale candela!!).

De estas siete propiedades se derivan todas las demás por multiplicación/división/otra operación matemática: la velocidad es la relación entre longitud recorrida y tiempo, el volumen un producto de longitudes, etc.

Actualmente, el ser humano sabe modificar la materia a su gusto. Puede realizar porciones de menor masa o longitud de un cuerpo, aumentar su temperatura o modificar la cantidad de cuerpo que tenemos (cortando o poniendo más). La corriente la sabemos controlar, sino la electricidad sería indomable. Y hasta la intensidad luminosa puede ser modificada, como vemos con los reguladores de las lámparas. Y como de estas propiedades fundamentales se derivan todas las demás, podemos decir que también controlamos todas las demás de forma más o menos directa.

Todas menos una: el tiempo. ¿Qué sabemos del tiempo? Que se mide. Que nos lo marcan los relojes. Que nunca parece haber suficiente, y cuando sobra es insufrible esperar a que pase. Pero no tenemos un control directo sobre él. El tiempo pasa, y pasa, y pasa. Nosotros podemos medir la diferencia de tiempo entre dos instantes, y a eso llamarlo segundos, minutos u horas. Pero no podemos modificar los segundos en sí que ha experimentado un objeto, por ejemplo. Osea, imaginaros que tenéis un trozo de metal, y lo dejáis bajo la lluvia. Se va a oxidar. Pero los segundos que pase bajo la lluvia nosotros no tenemos control. Son los que sean, y nosotros podemos retirarlo de la lluvia, o dejarlo ahí. Pero no podemos el tiempo en sí para que pase menos tiempo, o más.

El tiempo pasa, independientemente de lo que ocurra en el universo. Se escurre del control como arena entre los dedos. Y además, no sabemos definirlo bien. No podemos decir que el tiempo es esto, y ya está. No es como por ejemplo la velocidad, que es la distancia recorrida por unidad de tiempo. Por unidad de tiempo, fijaros y todo.

Esto me hace recordar unas frases el maestro de nominación de El Temor De Un Hombre Sabio, que ahora mismo no recuerdo como se llama (Elodin. Gracias a EdurneMShadow). En una clase que da este maestro, habla de los nombres primarios. Cosas que son lo que son, y que no se pueden describir. Azul, pone de ejemplo. Describe el azul, dice. El protagonista, que había alegado que todo lo conocible se puede describir, se queda sin palabras al no poder describir el color azul. Sin embargo, sabe lo que es. Sabe reconocer el azul. Pero no puede dar una definición concreta. Solo decir que el mar es azul, el cielo es azul. Pero no dice que significa azul en sí.

No sé si me estoy explicando bien. Lo que importa de esta historia no es que no podamos definir el azul, sino que hay ciertas cosas que tratamos con ellas, que las usamos a nuestro favor, pero no sabemos definirlas. No podemos explicarlas. Y no podemos alterarlas a nuestro gusto. El azul es azul para todo el mundo (que no sea daltónico), y no puedes hacer el azul menos azul, porque es otro color distinto ya.

Por lo tanto, el ser humano, todopoderoso y capaz de todo, no es capaz de controlar aquello que sucede entre dos medidas de reloj: el tiempo. Y mira que lleva existiendo toda la vida, ¿eh? ¿Y quién lo habrá puesto ahí? ¿Y qué pasará cuando lo controlemos? Que cada uno responda estas preguntas como quiera. Yo, por mi parte, aquí termino mi reflexión.

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Nos vemos en el camino

Os escribo esta entrada ahora mismo desde la playa, en las horas muertas de siesta y digestión en las que solo puedes dar paseos o tostarte al sol. Sin embargo, para variar, esta entrada con nombre de canción de El Sueño de Morfeo no tienen nada que ver con esta cabecera. Mi mente, que funciona a su propio ritmo.

No, hoy os vengo a hablar de otra cosa que yo pienso que cada día pasa más a menudo en nuestra sociedad, una realidad hacia la que estamos siendo irremediablemente catapultados sin darnos cuenta. Vivimos con prisas: para comer, para llegar, para beber... vivimos con prisa por vivir. Como chaval de 20 años, se supone que a los 13-14 debería empezar a beber, a los 15-16 debería empezar a buscarme una chica para salir con ella, e incluso debería haber probado ya a fumar. Todos según las reglas de la sociedad actual.

Vivimos con tanta prisa por vivir, que se nos olvida el disfrutar de la vida. Hoy, sin ir más lejos, me he quedado solo tomándome el café del desayuno porque los demás ya habían terminado. Como rápido, que conste. Pero me gusta disfrutar del café. Que tardo, nada, dos minutos en terminarme el café tranquilamente. Pero esos dos minutos se ven como una pérdida de tiempo. Un desperdicio de recursos.

Creo que el mejor ejemplo de esta velocidad, de esta rapidez por llegar al sitio sin pararse a nada, son las autopistas. A ver, no soy lo que se llama un entusiasta de los viajes, ni voy a poner verdes a las autopistas. Es cierto que son mucho más cómodas, seguras, y rápidas. Pero... te pierdes el viaje. Vale, ir de pueblito en pueblito en una carreterucha de segunda (cuando no es de tercera) no es precisamente la mejor forma de ir descansado. Pero desde la autopista... el paisaje está más allá. Por la carretera nacional ves como el campo termina donde empieza tu carril. Casi, en algunos casos, pareces que puedes tocarlas (si es que no se te echan encima del coche por falta de paso de camiones). Es más cansado, sí. Pero te da la oportunidad de disfrutar del camino.

Y ese es uno de los valores que se están perdiendo. Queremos hacer las cosas rápido, como si fueran para ayer, y disfrutar solo del haberlo hecho. No nos importa el proceso, la vivencia. Y os voy a decir una cosa: uno aprende en el camino, no en el destino. Fijaros sino en cualquier proceso de aprendizaje: aprendes mientras lo haces. Si te lo estudias todo al final, deprisa y corriendo, no aprendes. O al menos, no igual de bien.

Así pues, la próxima vez que vayáis a hacer algo, pararos un momento, y mirar el camino que estáis recorriendo. Que desde el camino podrás ver tu comienzo, y tu destino. Y así aprender lo grandes que has llegado a ser

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Desde el frío al andar

Desazón. Tristeza. A veces, estos sentimientos se cuelan en nuestro cuerpo y plagan hasta la última parte de nuestra persona de un frío y un vacío descomunal, tan grande que a veces no sabemos como seguir.

Sin quererlo, estos sentimientos nos invaden, nos llenan de pensamientos lúgubres, se llevan lejos nuestras sonrisas, y nos aislan de nosotros mismos. Nuestra luz se hace cada vez más y más débil, hasta que finalmente se apaga, dejándonos solos en la oscuridad, perdidos en nuestro propia laberinto, en nuestra misma trampa mortal.

Y es en estos momentos cuando cuerpo y mente piden una única cosa, con una sola voz: soledad. Silencio. Quietud. La calma de nuestra única y propia compañía, sin nadie, sin nada. Estos momentos de soledad son los mejores para preguntarnos quién es cada uno, de dónde viene, adónde quiere llegar; pues no hay ruido que nos impida oír nuestras propias respuestas.

Porque somos los únicos que tenemos respuestas a nuestras propias preguntas. Somos los únicos que podemos decidir quiénes somos, y qué hacemos. Y aunque el frío de nuestro interior nos haga detenernos, y nos haga mirar en nuestro interior, esforzándonos un poco volveremos a abrir esa ventana por la que entra la luz. Solo tenemos que seguir caminando, seguir buscando, sin nunca parar, para que el frío se vaya, y el calor vuelva a llegar.

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Libros y portadas

Dicen que nunca juzgues a un libro por la portada. Sin embargo, también nos dicen que las primeras impresiones son muy importantes, que por eso debemos intentar causar buena impresión en nuestra entrevistas de trabajo y tal. ¿A quién hacer caso, entonces?

Os lo voy a decir. A los dos. La primera impresión te mostrará lo que la persona transmite al exterior. Te mostrará lo más básico de esa persona, pero sabrás (en la mayor parte de los casos) si te puede resultar caro acercarte, o no. Osease, si puede resultar un peligro para tí. Instinto de supervivencia, dicen algunos. En cualquier caso, las primeras impresiones son importantes.

Pero no son lo único que importa. Las personas somos seres complejos, llenos de matices y detalles en nuestra personalidad. Bueno, unos bastante más que otros, pero no se puede describir completamente a una persona solo con un par de palabras, aunque a veces solo un par de palabras sea todo lo que necesitamos saber sobre una persona. Sin embargo, la gente madura, crece, cambia, se refina... Todos esos matices tan complejos van cambiando poco a poco. Y sin embargo, la primera impresión en todos estos cambios va a seguir siendo, si no la misma, casi igual.

Creo que para esto soy el mejor ejemplo. Este fin de semana pasado estuve en Salamanca, con unos amigos. Estuvimos de fiesta y eso, lo típico de ir a ver a tus amigos universitarios a Salamanca. Allí me encontré con un par de antiguos compañeros de clase, que me dio mucha alegría volverlos a ver. Y creo que esos compañeros... bueno, se dieron un par de sorpresas con respecto a la opinión que tenían sobre mí. No que fuese totalmente distintos, sino pequeños matices que marcan la diferencia.

Y poco más os tengo que decir. Entre semana no paro tranquilo, sinceramente. Pero ahora que ha llegado el fin de semana, puedo ponerme a escribir, que es muy entretenido. Os dejo con un vídeo musical para que la espera se os haga más corta!